Soy el hijo de un hombre sencillo que dormía palomas con la mano,
titular de un cargo de peso en una casa de gente burguesa,
capìtán del silencio cuando toca, la medida perfecta y la
puntualidad,
escribano de palabras sencillas en los crucigramas.
Pasan de las seis,
ya estamos en la playa y parece que todo está preparado.
Los señores, el vestido rojo y las nubes que vienen
gratis.
Un pintor de silencio tranquilo habla de la bella sonrisa que hoy
tiene la luz
y Celia que espera paciente como tiene por costumbre.
Veintiún botones abrochados
un martes de primavera,
en la orilla de ultramar
donde no paran las sirenas.
Bienvenidos al cielo más alto que han visto nunca nuestras cejas.
Canto piezas de un juglar, que aquí donde me veis,
yo soy el señor que aguanta el paraguas mientras bailáis.
Voy pensando
las cosas que pienso cuando no tengo nada más para pensar.
Ella ríe, y él tiene ese semblante de tio serio y elegante.
Gira el viento, el suelo se nos mueve, y Celia que se aprieta el
gorro contra la cabeza,
como quien detiene una idea a la que hoy le ha dado por volar.
Veintiún botones abrochados
un martes de primavera,
en la orilla de ultramar
donde no paran las sirenas.
Bienvenidos al cielo más alto que han visto nunca nuestras cejas.
Canto piezas de un juglar, que aquí donde me veis,
yo soy el señor que aguanta el paraguas mientras bailáis.
Veintiún botones abrochados
un martes de primavera,
en la orilla de ultramar
donde no paran las sirenas.
Bienvenidos al cielo más alto que han visto nunca nuestras cejas.
Canto piezas de un juglar, que aquí donde me veis,
yo soy el señor que aguanta el paraguas mientras bailáis.