Una vez en la séptima planta saludé a la secretaria.
Y habría podido echar con el pie la puerta abajo,
gritar “He oído que tenemos que hablar; pues habla”
O decir “Me sabe mal, pero te equivocas y del todo,
no has calculado que estoy muy loco. ¡En guardia! ¡En guardia!”
Cuando hice de hombre respetable
que entiende que son cosas que pasan…
Y un directivo, un directivo, me despidió.
Y un directivo, un directivo, me despidió.
Y habría podido llevar un sombrero bien divertido,
retarlo a un duelo y requerir la espada,
o estirarme de los cabellos, como poseído,
notarlo bien acojonado, mirándome, mirándome.
Cuando aceptaba y asentía
el señor obediente que llevo dentro…
Y un directivo, un directivo, me despidió.
Y un directivo, un directivo, me despidió
Yo lo obedecía y me despidió.
Y me despidió, y me despidió, y me despidió.
Y éste fue el punto y final
de este bello cuento alucinante
que enseñará, tal vez, a los pequeños
y distraerá, esperamos, a los mayores.
Y aquí se acaba la función.
El directivo y nuestro héroe
os saludan, os saludan.