Fue conocerte y amarte tanto,
bastó tan sólo a mi corazón
haberte visto para adorarte,
ser todo tuyo al oír tu voz.
Cuando me miro en tus ojos
como en dos limpios espejos,
en un suspiro se escapa
la inmensidad de mi amor.
Cuando tu boca me entrega
su fruto sagrado y fresco,
abre sus puertas la dicha
para abrigar mi pasión.
Cuando el pensamiento evoca
aquel divino momento
que te vi por vez primera,
despertando mi ilusión,
mis labios musitan quedo
una oración, vida mía,
a ese Dios bueno que un día
para siempre nos unió. (bis)