Como el agua de la fuente,
mi mano es transparente
a los ojos de mi abuela.
Entre la tierra y lo divino,
mi abuela negra sabía
esas cosas del destino.
Desemboca el mar que veo
en los ríos de ese deseo
de quien nació para cantar.
Un Zambeze hecho Tajo,
de tan cantado que envidio
a Lisboa por vivir allí.
Veo un cabello trenzado
y el canto tibio del fado
en un chal de caracoles.
Como en un cuento de hadas,
los tambores son guitarras
y los cocoteros, girasoles.
Mi abuela negra sabía
leer las cosas del destino
en la palma de cada mirada.
Quiera la vida o no quiera,
dijo Dios a la hechicera
que nací para cantar,
que nací para cantar.