Todo es de color,
todo es de color,
todo es de color,
todo es de color.
Todo el mundo cuenta sus penas
pidiendo la comprensión,
quien cuenta sus alegrías,
no comprende al que sufrió.
Señor de los espacios infinitos,
tú, que tienes la paz entre las manos,
derrámala, Señor, te lo suplico
y enséñales a amar a mis hermanos.
Enséñales lo bello de la vida,
a ser consuelo en todas las heridas,
a amar con blanco amor toda la tierra
y a buscar siempre la paz, Señor, y a odiar la guerra.
Todo es de color,
todo es de color,
todo es de color,
todo es de color.
De lo que pasa en el mundo,
por Dios, que no entiendo nada,
el cardo siempre gritando
y la flor siempre callada.
¡Que grite la flor
y que se calle el cardo
y, todo aquél que sea mi enemigo,
que sea hermano!
Sigamos por esa senda,
a ver qué luz encontramos,
esa luz que está en la tierra y
que nosotros apagamos.
Señor de los espacios infinitos,
tú, que tienes la paz entre las manos,
¡derrámala, Señor, te lo suplico
y enséñales a amar a mis hermanos!
Me voy a vivir solito
porque aquí con tanta gente
me puedo volver loquito.
Y yo no sé qué es mejor,
si emprender el camino de nuevo hacia ti
o buscar un nuevo destino
muy lejos de aquí.
Yo no sé qué es mejor,
si buscar hasta encontrarte
o esperar a que se apague
esta vela de pasión.
Y yo te quiero, te quiero,
pero me da miedo
que el amor siga creciendo
y creciendo y creciendo.
Y, cuando más alto esté,
venga el orgullo jugando
y lo rompa sin querer.
Las flores de tu balcón
lloran por verme,
que lo sé yo,
que lo sé yo,
que lo se yo.
Las flores de tu balcón
lloran por verme,
¡válgame Dios!
¡Con lo bonita que eres
y no tienes corazón!
¡Ay que dolor!
Cuando la gente
te pisa las flores de tu ilusión