Ahora el Cisne flotaba en el río Inglés.
¡Ah! La Rosa de la novela se abría por completo,
una mujer morena se moría por mí todo el verano
y el jurado nos miraba desde el otro lado.
Le dije a mi madre: "madre, tengo que dejarla,
guárdeme la habitación, pero no derrame ni una lágrima,
si le llegaran rumores de un desenlace poco honrado
habrá sido tanto por mi culpa como por el ambiente."
Pero hice enfermar a la Rosa con escarlatina
y tenté al Cisne con un sentimiento de vergüenza,
ella dijo por fin que yo era su mejor amante
y que si se marchitaba sería por mi culpa.
El jurado dijo: "fallaste por muy poco,
sublévate y prepara tus tropas para el ataque".
¡Ah! Los soñadores arremeten contra los hombres de acción.
¡Oh! Mira a los hombres de acción retrocediendo.
Pero me entretuve en sus muslos un instante fatal,
besé sus labios como si aún tuviera sed.
Mi falsedad me había picado como un avispón,
el veneno penetró y paralizó mi voluntad.
No me pude mover para avisar a todos los jóvenes soldados
de que habían sido abandonados por sus superiores,
así que en los campos de batalla de aquí a Barcelona
estoy en la lista de los enemigos del amor.
Y hace mucho tiempo me dijo: "Tengo que marcharme,
ah, pero dejo mi cuerpo aquí para que te eches encima,
puedes moverte arriba y abajo y, cuando esté dormida,
pasa un poco de alambre por esa Rosa y enrolla al Cisne".
Así que diariamente vuelvo a cumplir con mi inútil obligación,
la toco aquí y allá –me conozco el terreno–,
beso su boca abierta y alabo su belleza,
y la gente me llama traidor en mi cara.