El otoño estaba a pleno,
las frutas se transformaron en vino dorado.
El matorral tenía un brillo púrpura, la niebla subía tenue
y avanzaba por la tierra.
Por arte de magia, sin ningún sonido,
tres siluetas emergieron de la tierra neblinosa, cercana a la villa.
Aparecieron cual doncellas para el baile,
en horario nocturno,
tan extraño mas hermoso.
Con un destello de tristeza en los ojos,
el cual era innegable
mas se añadía a sus encantos
cuando empezaban a bailar con alegría.
Y bailaban
como si la vida dependiese de su ritmo.
Cualquier hombre estaría hechizado
y asombrado con sus abrazos
pero la noche tenía que acabarse
con los rayos del sol matutino.
Se esfumaron en la oscuridad,
se fueron para siempre y nunca se las volvió a ver.
Como si la noche las hubiese engullido
y las mantuviese para siempre.
Ahora, llamas azules ondean en la niebla
del páramo bajo la luz de la luna.
Y hechizan a cualquier hombre
cuando bailan en la eterna noche de las almas.