¡Tú! ¡Sí, tú! ¡Quédate quiero jovencito!
Cuando crecíamos e íbamos a la escuela
habían ciertos maestros que
lastimaban a los chicos de la forma en que podían.
Derramando su escarnio
por cualquier cosa que hiciéramos,
y exponiendo cada debilidad
aunque estuvieran bien ocultas por los chicos.
Pero en este pueblo era bien sabido
que cuando llegaban de noche a su casa, sus gordas
y psicópatas esposas los maltrataban
casi hasta quitarles la vida.