La hija de un jardinero me detuvo en mi camino,
el día que iba a casarme.
“Eres tú con quien quiero compartir mi cuerpo”, dijo ella.
Encontraremos un lugar seco debajo del cielo
con una flor por cama
y para mi alegría te daré un niño
con una luna
y una estrella sobre su cabeza.
Su pelo de plata ondeaba en el aire
poniendo olas a través del sol.
Sus manos eran como las arenas blancas
y sus ojos tenían diamantes encima.
Dejamos el camino y nos dirigimos
hacia el Bosque de los Susurros
y caminamos hasta llegar
adonde estaba la magnolia sagrada.
Y allí nos acostamos frescos en la sombra
cantando canciones y haciendo el amor.
Con la tierra desnuda debajo de nosotros
y el universo arriba.
Se hizo tarde, mi boda no esperaría,
estaba triste pero tenia que irme,
así que mientras estaba dormida
besé su mejilla como despedida.
La boda tomó lugar
y vino gente de millas alrededor.
Hubo mucha alegría, y abundante sidra y vino.
Pero fuera de todo eso recuerdo que me acordaba de la chica
que encontré porque me había dado algo
que mi corazón no podía olvidar.
Había pasado un año y todo era como un año atrás,
como si fuera un año atrás.
Hasta el regalo que alguien dejó,
una cesta junto a mi puerta.
Y allí dentro el bebé más bello llorando para que lo alimenten.
Me arrodillé y besé la luna
y la estrella sobre su cabeza.
Mientras pasaban los años
el niño crecía y la aldea miraba con temor.
Nunca habían visto nada como el niño
con la luna y la estrella adelante.
Y la gente viajaba de todas partes
solo para buscar la palabra que él esparcía.
Les diré todo lo que he aprendido,
y el Amor es todo, decía.