¡Pobre chica la que tiene que servir!
Más valiera que se llegase a morir...
Porque, si es que no sabe por las mañanas brujulear,
aunque mil años viva ¡su paradero es el hospital!
Cuando yo vine aquí
lo primero que a hacer aprendí
fue a fregar, a barrer,
a guisar, a planchar y a coser.
Pero, viendo que estas cosas
no me hacían prosperar,
consulté con mi conciencia
y al punto me dijo: "aprende a sisar".
Salí tan mañosa, que al cabo de un año
tenía seis trajes de seda y satén.
Y a nada que ustedes discurran un poco,
ya saben, o al menos se lo han figurado
de donde saldría para ello el parné.
Yo iba sola por la mañana a comprar
y me daban tres duros para pagar.
Y, de sesenta reales, gastaba treinta o un poco más
y, lo que me sobraba, me lo guardaba con mi mitad.
Yo no sé como fue
que, un Domingo, después de comer...
¡Yo no sé qué pasó,
que mi ama a la calle me echó!
Pero, al darme el señorito
la cartilla y el parné,
me decía por lo bajo:
"Te espero en Eslava tomando café".
Después de este lance, serví a un boticario;
serví a una señora que andaba muy mal.
Me vine a esta casa y aquí estoy al pelo,
pues sirvo a un abuelo que el pobre está lelo
y aquí soy el ama... ¡Y punto final!
Pobre chica la que tiene que servir...