En una sala grande y luminosa
como Buenos Aires de noche
que no quiere dormir,
la orquesta afina los instrumentos,
hace la señal y pronto empezará
a tocar un nuevo tango.
Estamos sentados uno al lado de otro,
mutuamente indiferentes como turistas,
marcando el compás.
No habrá tango entre nosotros,
aunque acontezca un milagro.
Nada nos ayudará.
Aunque suenan notas altas,
la sangre arde en las venas,
ninguno de nosotros se levantará
para bailar.
Porque se necesitan dos personas para un tango,
dos cuerpos coordinados y dos corazones dispuestos.
Porque se necesitan dos personas para un tango:
este mundo está hecho así.
Al final Buenos Aires estará cubierta
de una noche densa como la tinta,
y cuando llegue el amanecer,
lo que había una vez dentro de nuestros corazones
como un diamante reluciente,
perderá todo su esplendor.
Y aunque volverán a tocar,
solamente Dios lo sabe:
en esta sala nosotros dos
no nos encontraremos nunca.
Porque se necesitan dos personas para un tango,
dos cuerpos coordinados y dos corazones dispuestos.
Porque se necesitan dos personas para un tango:
este mundo está hecho así.