Tengo la boca que arde como el sol,
el rostro y la cabeza calientes,
con Magdalena me voy,
ahora nadie detendrá a la gente.
Di mi guitarra en un pedazo de pan,
un escondrijo y un aguardiente,
pero algún día consigo otra guitarra
y en el viaje le cantaré a Magdalena.
No llores, no querida, que este desierto acaba,
todo ocurrió y yo ni me acuerdo,
abrázame mi vida, llévame en tu caballo,
que pronto al paraíso llegaremos.
Veo ciudades, fantasmas y ruinas,
por la noche escucho su lamento,
son pesadillas y aves de rapiña
en el sol rojizo de mi pensamiento.
Quizá que le di un tiro al tío de la cantina,
quizá incluso le acerté en el pecho,
ven, vamos volando Magdalena mía,
lo que pasó, pasó, no tiene ya remedio.
En aquella sombra tenderé mi red
y miraré a los viajeros solitarios,
beberé, cantaré y mataré mi sed,
allá lejos donde todo está verde.
No llores, no querida, que este desierto acaba,
todo ocurrió y yo ni me acuerdo,
abrázame mi vida, llévame en tu caballo,
que pronto en el paraíso estaremos.
El cura rezará una oración tan antigua
el domingo en la capilla de la hacienda,
pendiente de oro y botas de colores,
nosotros dos atrapados en esta leyenda.
Oigo un trueno y pienso que es un tiro,
la noche oscura me condena,
no sé si vivo, muero o deliro,
deprisa, coge el arma, Magdalena.
Hay una luz detrás de aquella sierra,
mira, pero no falles mi pequeña,
la noche es larga y es tanta la tierra,
podremos estar muertos en otra escena.
No llores, no querida, que este desierto acaba,
todo ocurrió y yo ni me acuerdo,
abrázame mi vida, llévame en tu caballo,
que pronto en el paraíso bailaremos.