Pasé por Cotaina:
higueral a cada lado;
había manzanas en abundancia
y vino blanco para refrescar.
De Cotaina partí
con una oscura idea;
por el camino me dijeron:
"Bartolomé, Rosa está muerta".
No sé si lo hacían adrede,
o para causarme mayor tristeza...
Unos me decían que estaba muerta;
otros, que estaba mejor.
Fui a su casa
pidiendo por nuestra Rosa;
me dieron esto por respuesta:
"Rosita morirá".
Mientras subía la escalera,
la subía completamente solo;
ella se cubría la cara
con la orla de la sábana.
"Rosita, ¿acaso te doy miedo
para que te cubras la cara?".
"Bartolomé, tú tienes la llave
que atraviesa mi corazón".
Su madre le dice, llorando:
"Rosita, ¿estás mejor?".
Ella dice: "No, madre mía...
¡Pues mi mal ya va en aumento!".
Cuando tenía que morir,
su novio estaba allí cerca.
Le regaló una flor,
que era exactamente como un serafín.
Cuando la llevaban para enterrarla,
cuatro jóvenes la cargaban;
los cuatro la habían pretendido...
¡Era como para llorar!
Al día siguiente, temprano,
salió de su casa
y sólo pudo decir:
"Rosita ya no es mía".