¿De qué sirve tener el mapa si el final está trazado,
de qué sirve la tierra a la vista si el barco está parado,
de qué sirve tener la llave si la puerta está abierta,
para qué sirven las palabras si la casa está desierta?
Aquél era el tiempo en el que las manos se cerraban
y en las noches brillantes las palabras volaban,
y yo veía que el cielo me nacía de los dedos
y la Osa Mayor eran hierros ardientes.
Marineros perdidos en puertos distantes,
en bares escondidos, en sueños gigantes.
Y la ciudad vacía, del color del asfalto,
y alguien me pedía que cantase más alto.
¿Quién se lleva mis fantasmas,
quién me salva de esa espada,
quién me dice dónde está el camino?
Aquél era el tiempo en el que las sombras se abrían,
en el hombres negaban lo que otros erguían.
Yo bebía de la vida en sorbos pequeños,
tropezaba en la risa, abrazaba venenos.
Vuelto de espaldas no se ve el futuro
ni el rumbo de la bala, ni la grieta en el muro.
Y alguien me gritaba, con voz de profeta,
que el camino se hace entre el blanco y la flecha.
¿Quién se lleva mis fantasmas,
quién me salva de esa espada,
quién me dice dónde está el camino?
¿Quién se lleva mis fantasmas,
quién se lleva mis fantasmas,
quién me salva de esa espada,
y me dice dónde está el camino?
¿Quién se lleva mis fantasmas,
quién me salva de esa espada,
quién me dice dónde está el camino?
¿Quién se lleva mis fantasmas,
quién se lleva mis fantasmas,
quién se lleva...?