Aún siento latir aquel silencio en la mano,
del horizonte del revés, de un cajón en tu cabeza.
Dice que el recuerdo, cuando ya no está,
tiene ese olor a casa vacía que parece perfume,
que, simplemente, pasa de largo el tren de los lunes.
Camina el pulso como si no fuera el mecanismo constante
de algún reloj parado en el cuarto de luna menguante.
La cara oculta de la suerte es como una moneda
que cae boca arriba,
cuando juegan el alma y el cuerpo y van tres a una.
Calles donde vuelan sábanas,
donde la belleza cuelga tendida en los balcones.
En las ciudades donde nunca hemos compado las azoteas,
donde hemos vivido, donde hemos encontrado
palabras que se anudan
a las persianas enrolladas del discurso
de un emisario que no sabe dónde cae el norte
de aquel país donde soy el sordo.
Aún guardo aquel cometa que nos hace mirar siempre hacia arriba.
Un cable eléctrico cruza el cielo y hacemos un cálculo mental
de divisiones, constelacions y un buen puñado de otras
recetas para ver más lejos.
El último, que lo cierre todo con llave y apague la luz.
Calles donde vuelan sábanas,
donde la belleza cuelga tendida en los balcones.
En las ciudades donde nunca hemos compado las azoteas,
donde hemos vivido, donde hemos encontrado
palabras que se anudan
a las persianas enrolladas del discurso
de un emisario, que no sabe dónde cae el norte
de aquel país donde todos estamos sordos.