Oh, tú riachuelo, vasto riachuelo,
Oh sí, querido, turbio y profundo,
Revela tu camino,
Oh sí, y al dolor de la madre tierra.
Oh sí, hermanos, hermanos de los bosques,
Los árboles antepasados, sí son seculares.
Ya cuanto tiempo, el tiempo pasó,
Sí, descendió a la tierra a través de un siglo.
Condenado, levantando las manos
hacia el claustro del clan, de nuevo me pregunto:
¡Oh, sí! Sí madre amanecer
No molestes a la canción del ruiseñor.
Levántate ferozmente frente al ardiente sol,
Frente al gran Chur, ¡Dirígete al durmiente!
La eternidad duerme en la niebla
así como espera a la guerra,
La fe dormita desesperadamente.
Los hermanos están en la tierra,
desde el corazón hasta la grieta
gimen condenadamente con dolor.
Por la tierra húmeda, que a tus lágrimas
Conducen las queridas vedas.
Aunque la lluvia lave la angustia de tus ojos claros,
¡Regresamos para el triunfo!
Levanta tu libre mirada,
Toca la superficie lisa de las almas silvestres.
Las extensiones olvidadas
Llaman al alma en busca de ti.
El espíritu embriagador de la libertad
Arranca (tira de) con fuego el corazón
Y de nuevo es conocida, como yo,
la luz de las ruinas, que fue olvidada.
Y de nuevo el amanecer, penetrando hacia las tinieblas,
Asiente, que está viva,
aquella fe, que es leal como el legado ancestral.
Está desapareciendo como la antigua gloria de los días ancestrales, hacia las tinieblas de los siglos.
¿A dónde vamos?, ¡sin conocer a nuestros parientes!
¿A dónde nos adelantamos, tras desviar la mirada de la vieja verdad?
¿Qué esperamos? de un mundo extraño, de una dulce recompensa.
Clavando los dientes en la realidad, corremos desde el árbol ancestral.
Pero pronunciamos con una fuerte voz hermanos: "Estamos vivos, abuelos"
Y pronuncia los legados con la voz de la noche
Como lo eterno de la esencia, que está oculta para nosotros.
Y oscurece tus ojos grises de la palabra seductora.
Somos hijos de la luz, somos hermanas de la noche.