Algo queda vivo en tu piedra
hermana de las verdes alboradas
tu silencio de manes
escandaliza las tumbas reales.
Te hiere el corazón la piqueta indiferente
de un sabio de gafas aburridas
y te golpea el rostro la procaz ofensa
del estúpido "¡Oh!" de un gringo turista.
Pero tienes algo vivo.
Yo no sé qué es,
la selva te ofrenda un abrazo de troncos
y aun la misericordia araña de sus raíces.
Un zoólogo enorme muestra el alfiler
donde prenderá tus templos para el trono
y tú no mueres todavía.
¿Qué fuerza te mantiene
más allá de los siglos
viva y palpitante como en la juventud?
¿Qué dios sopla, al final de la jornada
el hálito vital en tus estelas?
¿Será el sol jocundo de los trópicos?
¿Por qué no lo hace en Chichén–Itzá?
Será el abrazo jovial de la floresta
o el canto melodioso de los pájaros?
¿Y por qué duerme más hondo a Quiriguá?
¿Será el tañir del manantial sonoro
golpeando entre los riscos de la sierra?
Los mayas han muerto, sin embargo.