No éramos iguales,
yo, el hijo del sol,
y tú, hija de las nieblas
Tenías la piel clara,
más blanca que el invierno.
Yo tenía la piel morena.
Tu valija en mano
venías de muy lejos,
tal vez de Noruega.
Yo venía de otro lado,
de un país donde las flores
no temen la nieve.
No éramos iguales.
¿Cómo se iban a entender
la niebla y el sol?
Nuestra Torre de Babel
era un viejo hotel,
cuatro paredes de un cuarto.
Hemos recorrido
cada callecita
del mapa de Tendre
y dormimos
mil y una noche
más bellas que la leyenda.
No éramos iguales,
yo, el hijo del sol,
y tú, hija de las nieblas.
Cuando te iría a visitar
tendría demasiado frio.
Me engriparía.
En mi casa, sí fueras,
te asombrarías
de no ver nieve,
pero en mi corazon nievan
pétalos de flores
que vienen desde Noruega.
No éramos iguales,
yo, el hijo del sol,
y tú, hija de las nieblas.