Cuando se habrán apagado las emociones
como el polvo después de una gran batalla,
cuando no se puede de ninguna manera
retirar las palabras gritadas,
¿se debería bajar de la barricada
en el silencio de las vergonzosas banderas blancas
o, similar a una roca,
derramar la sal en las heridas
y resistir solo, como una estatua de orgullo?
Cuando alguien que es mi luz
se apaga de repente en medio del día,
cuando en la carretera, tras la curva,
enfrento mi destino,
¿debería dejarme abatir
mientras trago el dolor de la rabia impotente,
o disfrutar de cada momento,
creer hasta el fin que
me escribieron otro destino?
Nadamos a través de la gran Babilonia
hasta que nos pesque el amor.
En un remolino de los sentidos podemos durar
invencibles
antes de que se nos apague la llama,
antes de poder midar con una cucharilla
el océano de nuestros sueños.
Hay que saber cuando bajar del escenario
invencibles,
brillar como un diamante en medio de la baratija,
ser el enigma que nadie
conseguirá adivinar antes de que se agote el tiempo.