Oye bajo las ruinas de mis pasiones
y en el fondo de esta alma que ya no alegras,
entre polvo de ensueños y de ilusiones
brotan entumecidas mis flores negras.
Ellas son mis dolores, capullos hechos
con intensos pesares en mis entrañas
sepultan sus raíces, cual los helechos
en las húmedas grietas de las montañas.
Ellas son tus desdenes y tus rigores,
ellas son tus perfidias y tus desvíos,
son tus besos vibrantes, abrasadores
en pétalos ornados, negros y fríos.
Ellas son los recuerdos de aquellas horas
en que, presa en mis brazos, te adormecías
mientras yo suspiraba por las auroras
de tus ojos, auroras que no eran mías.
Ellas son mis gemidos y mis reproches
ocultos en esta alma que ya no alegras,
son por eso tan negros como las noches
de los gélidos polos, mis flores negras.
Guarda pues este triste y débil manojo
que te ofrezco de aquellas flores sombrías,
guárdalas, nada temas, que son despojos
del jardín de mis hondas melancolías.