Hija incierta del último azar,
mi verdadera anestesia,
ir contigo es zarpar
con rumbo a la Polinesia,
navegar por los mares del sur
de tu edredón estampado,
en tus sábanas ser un tahúr,
serlo también destapado.
Y tu piel tiene un tono aceituna,
un sí es no es,
que tu con mi piel se reúna
y redós, y retrés.
Un collar me has marcado de flores
con esos muerdos que das,
y me vas a hacer cosas peores
y cada vez querré más.
Con lo bien que se está aquí sin ropa,
yo
ya no pienso volver por Europa,
no,
nunca jamás, nunca jamás,
nunca jamás.
Ese nunca jamás no es tal cual
ni es sólo literatura,
es un tiempo mental y carnal,
el tiempo de tu aventura.
Si un mal día llegara a creer
que hay flores hasta en la sopa,
o si otro me llama el deber,
creo que me vuelvo a Europa.
Y, por cierto, el deber no me llama,
¿qué hará sin mí?
El deber en silencio me escama,
andará por ahí.
Pero es nunca jamás de momento
y estoy contigo y aquí,
a tus pétalos rosas atento,
te libo cual colibrí.
Si no chupo hasta el último estambre
y tal,
quedaré medio muerto de hambre
y mal,
pobre de mí, guapa de ti,
guapa de ti.
Ese guapa de ti si es tal cual,
caray, cómo eres de guapa,
y convierte en alcoba nupcial
toda esa parte del mapa
que, tal cual, es un piso interior
junto a la calle Barquillo,
cuando se hacen canciones de amor
uno exagera un poquillo.
Pero sí hay estampadas palmeras
en tu edredón,
y palabras que son verdaderas
cuando sí que lo son:
Cuando entro y me dices ¡aloha!
mi Polinesia eres tú,
cuando encallo en tus playas mi proa
y ya no digo ni mu.
Sólo un suave ronquido, de broma
aún,
un arrullo como de paloma
y un,
cucurrucú, cucurrucú,
me gustas tú.