Mamá, he soñado que tocabas a mi puerta
y algo confundida te quitabas los anteojos
pero para verme mejor y por primera vez
sentía que sentías que no somos iguales.
Y abrazándome te has maravillado
de que estuviera tan triste y no encontrara paz.
Desde hace mucho no te había abrazado ya
y en ese silencio he dicho lentamente: "Lo siento".
Pero ha bastado aquél ruido para despertarme,
para hacerme llorar y para hacerme volver
a mi infancia, a todos esos sueños perdidos
donde en verano el cielo se convertía en mar
y yo con mis viejas muñecas escuchaba
los cuentos que tú contabas en voz baja
y cuando entre tus brazos yo me dormía
sin saber todavía ser feliz.
Pero, sin embargo, a los dieciséis años cambié
y como era verdaderamente ahora me veía
y me sentí de repente sola y desesperada
porque ya no era la hija que quería.
Y terminó ahí nuestra confianza,
ese pequeño hablar que era una gran ayuda.
Yo me escondí en una gélida impaciencia
y tú habrás lamentado el hijo que no has tenido.
Ya pasaba todo el tiempo fuera de casa.
No soportaba tus sermones para nada
y empezaba a sentirme incluso celosa
porque eras grande, incanzable y más bella.
Me regalé así en un sueño pasajero.
Lancé mi corazón al mar en una botella
y perdí la memoria a falta de valor
porque me avergonzaba ser tu hija.
Pero tú no estás tocando a mi puerta e inúltimente
he tenido un sueño que no puedo realizar
porque tengo el pensamiento demasiado lleno de mi nada.
Porque el orgullo no me quiere perdonar.
Luego, si tocaras a mi puerta de verdad,
no conseguiría decirte ni siquiera una palabra.
Me hablarías con tu mirada algo severa
y yo me sentiría una vez más sola.
Por eso te he escrito esta carta confusa,
para reencontrar al menos algo de paz en mí
y no para para pedirte perdón tardíamente,
sino para lograr decirte: "Mamá... lo siento".
Ya no es verdad que yo de ti me avergüenzo
y mi alma, siento que se te parece.
Esperaré pacientemente otro sueño.
Te quiero mucho mamá, escríbeme; tu hija.