Enterramos nuestros nombres
siguiendo la línea de puntos,
dejamos atrás nuestras fechas de nacimiento
y nuestra historia.
Estábamos llenos de vida,
casi no podíamos controlarla.
Éramos unos aficionados en la guerra,
ajenos al sufrimiento.
Enorgullecimos a nuestras familias,
pero las amedrentamos al mismo tiempo.
Prometimos que estaríamos a salvo,
otra mentira de los frentes de batalla.
Entre la espada y la pared,
estamos rodeados y asustados,
con nuestra vida ahora en manos
de los soldados que nos apuntan.
Nuestras preguntas rebotan
como satélites rotos:
¿Cómo es posible que nuestros cuerpos, nacidos para curarse,
se hayan vuelto tan propensos a morir?
Aunque el tiempo es implacable,
nos mostró amabilidad al final
al reducir bastante su velocidad,
una segunda oportunidad para reparar el daño.
Mientras la vida se repetía1, escuchamos una voz proclamar:
"¡Depongan las armas!
La guerra se está acabando
porque ya nadie sabe
por qué estamos luchando".
Así que encontramos nuestro camino de vuelta a casa
y dejamos que se nos curaran las heridas y magulladuras.
Mientras. empezaba una guerra completamente nueva,
una que nadie más podría sufrir.
Nuestras noches se han alargado mucho,
ahora imploramos un sabio consejo.
"Que se perciba la fractura
hasta que llegues al otro lado.
Hay bondad en el corazón.
de cada hombre destrozado
que llega hasta el límite
de perder todo lo que tiene."
Éramos lo bastante jóvenes como para firmar
siguiendo la línea de puntos.
Ahora somos lo bastante jóvenes como para intentar
construir una vida mejor,
construir una vida mejor.
1. Las imágenes de nuestra vida pasan a gran velocidad ante nuestros ojos en los momentos de una muerte inminete.