Tú eres la llave, la que me abre del todo.
Puedes visitar mi cuerpo desde dentro,
apretar sobre mi corazón para hacerme llorar,
e incluso, a veces, las banderillas escondidas entre tus pestañas pueden cortarme.
No me va a recomponer el alcohol,
sino el ungüento de tus besos.
Pasa muy bien por todas partes, sin dejarte nada.
No, no, no, no, sin dejarte nada.
Y, a veces, incluso tu lengua brilla.
Oh, de banderilla en banderilla
tú me has vuelto a reparar.
Señorita llave.
Señorita llave.
¡Oh! Señorita llave.
Yo sé dónde presionar para hacerte reír, freír incluso,
colocar pájaros alrededor de tus huesos
para regalarte la ilusión de volar.
Abres los postigos de par en par, tus talones me espolean, y yo detendría el tiempo para que durara un poco más.
Cuando me plantas tus labios hasta los dientes
tengo la sensación
de que eres el hada azul de Pinocho, pero de verdad,
salvo que no es la nariz la que se alarga,
salvo que no es la nariz la que se alarga.
Y porque no hay historias de mentiras,
y porque no hay historias de mentiras.
No, no es mi nariz lo que se alarga,
no, no es mi nariz lo que se alarga.
Es mucho mejor que en los sueños.
Señorita llave.
Señorita llave.