Sé que llegará el día, lo dicta así la vida,
ese día en que, me temo, tú nos dejarás.
Sé que llegará el día en que, triste y solitario,
consolando a tu madre y arrastrando los pasos,
volveré a entrar en casa, en nuestra casa desierta,
volveré a entrar en casa donde ya no estarás.
Tú ni imaginarás la situación de mi corazón,
tus ojos estarán exultantes de gozo y de felicidad,
y yo pondré una mueca que tú no conoces,
que parece una sonrisa emocionada, pero que no lo es.
Ocultando mi dolor, de tu brazo, orgulloso,
conduciré tus pasos, a pesar de lo que piense o diga,
hasta el recogimiento de una apacible iglesia
para ir a entregarte al hombre que tú elijas,
que te despojará del apellido que es nuestro
para darte otro que yo no conozco.
Sé que llegará el día, llegarás a la edad
en que forzamos las jaulas al encontrar nuestro camino.
Sé que llegará el día, la edad te habrá engalanado de flores
y los albores de tu vida se levantarán en otro lugar.
Y solo, con tu madre, tanto de día como de noche,
tanto en verano como en invierno, tendremos algo de frío.
Y él, que no sabe nada de lo que nos ha costado,
él, que no habrá hecho nada para madurar tus años,
él, que vendrá a llevarse lo que más me preocupa,
nuestra parte del pasado, nuestra parte de felicidad.
Ese extranjero sin nombre, sin rostro,
¡ay, cómo lo odio!
Y sin embargo, si tiene que hacerte dichosa,
no le guardaré ningún rencor,
sino que le ofreceré mi corazón junto a tu mano.
Haré todo eso al saber que tú lo quieres,
simplemente porque te quiero,
el día que él llegue.