Todos mis ataques pasajeros
me sorprenden a la hora de cenar.
Porque flotan en el vaso de la lluvia de febrero,
que no moja, ni entristece la ciudad.
Cada momento de duelo, cada momento primero,
cada pesar o consuelo, cada dolor pasajero,
cada manía o apego, cada lamento sincero,
cada domingo fulero, cada lunes de miedo.
Todos los días del arquero, yo y mi look de pordiosero,
todas las capas del cielo, todas las cosas que quiero,
todos los días del mundo existe una forma de resucitar.
Cada noche, cada lugar,
los momentos que nos quedan,
y una absurda oportunidad de vivir,
de vivir mi vida.
Música, mientras caemos hay música,
aunque ahí afuera esté todo mal,
es el parlante de mi ciudad dramática,
la hora de la pena y nadie tiene paz,
yo sigo sin escuchar.
Lentos, infinitos los minutos
del invierno
se diluyen en la boca
de un diablo charlatán.
Porque sólo me llevo la gloria de tener en la memoria,
una mágica historia en tus horas de euforia,
todos los días del mundo existe una forma de resucitar.
Cada noche, cada lugar,
los momentos que nos quedan,
y una absurda oportunidad de vivir,
de vivir mi vida.
Música, mientras caemos hay música,
aunque ahí afuera esté todo mal,
es el parlante de mi ciudad dramática,
la hora de la pena y nadie tiene paz,
yo sigo sin escuchar
las voces de la angustia y la soledad,
la ausencia indeclinable de la libertad,
yo vivo las rutinas más fanáticas,
que nacen de mañanas problemáticas
que sigo sin despertar.