Ya tengo la luz de una estrella
y, en mi caminata,
mi madrina luna vigila
para que todo lo bueno
se vuelva plata,
para que un manto lechoso
acoja mis pasos.
Bien despacito
la brisa me susurra
que ese dolor mío
tiene que sepultarse
en la inmensidad de la bonanza
de esa noche tan clara.
Y entonces,
con toda mi paz reencontrada,
podré seguir el rumbo
de mi estrella,
que ya brilla en el cielo
de mi infortunio
para decirme que mi destino
ya cambiará.