Los árboles de la ciudad, son la frontera del cielo.
En los márgenes del río y dibujando el suelo.
Troncos donde se clavan, corazones heridos.
En los jardines y parques, su verdor tiende un velo.
Uhm…
Recuerdas los blancos zapatos de goma, blanqueando las sombras.
Aún más oscuras bajo un tronco, con hierba.
Aquellos cordones desatados, y rebaños de amantes,
y en el lago los remos, jugando hacer olas.
No, no, no…
Los árboles de la ciudad, son la frontera del cielo.
Aquellos lunes que siempre, amanecían nublados.
Sujetando los libros, una cinta de goma,
que guardaba en secreto, los amores gastados.
Los amores gastados…
Las hojas ya cuadros, hojas caídas, cigarrillos tirados.
Y los árboles siempre cubriendo, besos apresurados.
Los nuevos aromas, de juegos de amores, de juegos de amores,
y tú descubriendo, que ya no sentías todos esos temores.
Todos esos temores, porque…
Los árboles de la ciudad, son la frontera del cielo.
Son salones abiertos bajo el sol, y las estrellas el techo.
Cuantas charlas eternas y cuantos vasos con hielo.
Cuanto saben esas calles de aburridos paseos.
De aburridos paseos, aburridos paseos…
Y ahora dime amor mío, no ves que las hojas son como veleros,
que entre tormentas de ruido y de humo parecen gaviotas.
Pero mañana te juro, te juro caerán, y caerán nuestros miedos.
Y en el agua del lago, haremos más olas, haremos más olas, haremos más olas, no, no…
No…
Uhm…
Los árboles de la ciudad, son la frontera del cielo.
Despeinados gigantes, alzándose desde el suelo.
Renovando estaciones, a través de los tiempos.
Y en los jardines y parques, su verdor tiende un velo, uhm…
Su verdor tiende un velo.
Los árboles de la ciudad.
Los árboles de la ciudad.