Siempre preferí, a los vecinos, las vecinas,
sus sombras chinas que ondulan en los póstigos.
Me inventé un amor de pantomima
en el que resbalan en oro y negro, la parte baja de tus pantorrillas.
Desde mi ventana de enfrente, acaricio el plexiglas,
maldigo a los técnicos de las persianas venecianas,
que cortan en líneas la mínima vincapervinca.
Siempre preferí, a los vecinos, las vecinas,
que secan sus encajes al viento en el balcón,
eres tú la que baila cuando baila la muselina,
invitado al gran baile de tus slips de algodón.
Desde mi ventana de enfrente, acaricio el plexiglas,
maldigo a los cerebritos inventores de la secadora.
Ya no más mirar escaparates de estes sujetadores.
Siempre preferí, a los vecinos, las vecinas
que vacían sus armarios detrás de una decisión.
En una hora más o menos, eligiras el jean,
y te lo pondrás evidentemente ante mi campo de visión,
desde mi ventana de enfrente, acaricio el plexiglas,
competencia desleal de tu calefacción central.
Una niebla densa interrumpe mi trance,
luego unas cortinas densas y es la gota que colma el vaso
un revoque de fachada me tapa tu palizada.
Un geriátrico, construído ante mi ventana,
entre varias, secando unas inmensas fajas