Lavaba en el río, lavaba,
me helaba el frío, helaba
cuando iba al río a lavar;
pasaba hambre, pasaba,
lloraba, también lloraba
al ver a mi madre llorar.
Cantaba, también cantaba,
soñaba, también soñaba
y, en mi fantasía,
tales cosas fantaseaba
que olvidaba que lloraba,
que olvidaba que sufría.
Ya no voy al río a lavar,
pero continúo soñando,
ya no sueño lo que soñaba.
Si ya no lavo en el río
porque me hiela este frío
más de lo que entonces me helaba.
Ay madre mía, madre mía,
qué nostalgia de ese bien
y del mal que entonces conocía,
de esa hambre que pasaba,
del frío que me helaba
y de mi fantasía.
Ya no tenemos hambre, madre,
pero ya no tenemos tampoco
el deseo de no tener.
Ya no sabemos soñar,
ahora andamos a engañar
el deseo de morir.