Yo quiero hablar de un pequeño circo
que tenía dos payasos que no eran divertidos.
Era del todo oscuro y decadente,
con la carpa despedazada, vestigio de tiempos mejores.
Una colección de personajes del todo singular,
capricho surrealista del azar.
Había enanos, también un forzudo,
y aquel pobre mago al que se le veían todos los trucos.
Unos leones viejos y desdentados
y un par de equilibristas totalmente descoordinados.
Pero cuando ya todo parecía no tener ningúna solución,
el presentador gritó su nombre: ¡Maria!
Ella era la contorsionista,
un río de pura seducción.
Hacía posturas imposibles
que nos hacen pensar en un mundo mejor.
Era una flor en medio de los cardos,
pura elasticidad asociada a un cuerpo de infarto.
Y se deslizó a nuestras cabezas
para protagonizar los sueños más privados.
El público estalló en un gran aplauso final,
presos por la magia del instante.
Ella era la contorsionista,
un río de pura seducción.
Hacía posturas imposibles
que nos hacen pensar en un mundo mejor.
Cuidado que viene la fiera.
Cuidado que viene la fiera y nadie te espera.
Cuidado que viene la fiera, la tienes detrás.
Delante de la mirada, la fiera viene enfadada,
alguien la ha molestado con este circo tan...
Nuestras cabezas, nuestros ojos en blanco.
(¡Nuestros ojos en blanco!)
Tan enloquecidos por el deseo de la carne.
Nuestras cabezas, nuestros ojos en blanco.
Tan enloquecidos por el deseo de la carne.
Y ella era la contorsionista,
un río de pura seducción.
Hacía posturas imposibles
que nos hacen pensar en un mundo mejor.
Nuestras cabezas, nuestros ojos en blanco.
(¡Nuestros ojos en blanco!)
Tan enloquecidos por el deseo de la carne.