Tan triste
en un piso de tres habitaciones,
las pantallas planas
ya no atraen.
El más infeliz del mundo,
hay nervios y cigarrillos,
y algo de alcohol.
Frente a las ventanas de plástico
en un sillón de desecho
vive tan sólo un vagabundo,
que escribe sus canciones
sobre los escándalos tras esas ventanas,
sobre kilos de ceniza,
una saga, pero...
Fumamos, inhalando con ello muerte
esos amargos instantes,
esos motivos mezquinos de nuestra mentira, pero...
Fumamos, quisiéramos que fuera guay,
muriendo a cada instante
pues junto con este humo no inhalamos vida.
Los accesos, impregnados de humo,
son un suplicio refinado
y hacen más fácil estar en este mundo.
Y así es necesario justificar los vicios,
como si fuese así de sencillo.
En realidad no.
¿Pero entonces qué?
Qué podemos hacer entonces,
si nos resulta tan complicado dejarlo,
¿qué debemos hacer entonces?
Nos acordamos de Dios,
cuando nos va peor, le rogamos.
Fumamos, inhalando con ello muerte
esos amargos instantes,
esos motivos mezquinos de nuestra mentira, pero...
Fumamos, quisiéramos que fuera guay,
muriendo a cada instante
pues junto con este humo no inhalamos vida.