Nos conocimos, por desgracia,
junto a un escenario montado,
enfermo por el fresco de septiembre
soñabas la belleza del verano.
Dibujabas un día lluvioso,
a mí con un paraguas bajo un arce rojo,
con el sonido de la hojarasca otoñal
volaba una sombra dorada.
Veías la vida marchitándose,
como un signo de la repetición de la naturaleza,
y un vivo ardor
bendecía tu pincel.
Concluyó nuestro diálogo callado
como termina la felicidad,
te marchaste por el mal tiempo
tras el horizonte de las preocupaciones mundanas.
Estribillo:
Pronto te olvidarás de mí,
pintor que dibujas la lluvia,
ahora sirves a otro ángel
y no llamarás por ti mismo.
Pronto te olvidarás de mí,
pintor que dibujas la lluvia,
ahora sirves a otro ángel
y no llamarás por ti mismo.
Pintor que dibujas la lluvia,
pintor que dibujas la lluvia.
Y por la mañana, abriendo la ventana,
vi ese cuadro,
el arce, enderezando la espalda con soltura,
se mecía suavemente al viento.
Y sobre el escenario hubo un concierto,
y cuentos musicales de verano,
con diamantes de lágrimas cordiales
le obsequiaron a quien ya no estaba.
Estribillo:
Pronto te olvidarás de mí,
pintor que dibujas la lluvia,
ahora sirves a otro ángel
y no llamarás por ti mismo.
Pronto te olvidarás de mí,
pintor que dibujas la lluvia,
ahora sirves a otro ángel
y no llamarás por ti mismo.
Pintor que dibujas la lluvia.
Estribillo.