Jenny tiene dieciséis años y los ojos azules.
Con sus cabellos como el grano, va
descalza hacia una ciudad
buscando el rostro de un chico que ya no sueña.
Aferra en mano la fotografía
pero dónde puede encontrarlo, Jenny no lo sabe.
Motivada por una energía cósmica,
ve un cuerpo sofocado por esta árida realidad.
Reconoce que es él porque nunca ríe.
Jenny es una isla.
El ave maría de los náufragos.
Una luciérnaga que brillará
en los momentos más oscuros para él.
Jenny lo acompaña a su casa,
oye sus pensamientos y su melancolía
que lo ahoga como una marea
y le salva el corazón del dolor de su locura
mientras el mundo avanza sin tener piedad.
Jenny es un ancla,
la tierra en la proa de los débiles.
Es una nube
que lloverá papel picado.
Es una fábula
en esta realidad
para él, para él.
Jenny es el África,
la nostalgia de los escalofríos.
Es una migaja
que alimentará a la soledad.
Jenny es un cielo azul.
Es un milagro.
Es un momento
que se ilumina para él
en los momentos más oscuros.
Jenny tiene dieciséis años y se marcha
caminando descalza
y no sabe
que es un ángel.