¿Cómo he terminado?
Con la cara más rellena pero nunca pálida,
menos seguro, pero
más fuerte a veces por la gran humildad
cuando dormía en los bancos de la escuela.
Nunca retenía los nudos en la garganta
cuando a veces estaba harto de luchar,
pero para luchar siempre tenía tiempo
y ahora no.
Ahora
te miro ausente y digo:
«¡Tú no entras, tú dentro de mí no entras,
ahora ya no, ya no me haces daño!»
cuando aprieto a toda costa los dientes
y, con tal de no descubrirme, me echo
un poco atrás, sí, y un poco más.
Luna, escúchame
si desde ese rincón
elevado
sabes más que yo.
Abrázame ahora,
no quiero perderme,
pero ahora ya no encuentro
el niño dentro de mí,
el niño dentro de mí
¿Cómo has terminado tú también?
¿Qué? ¿Ya estás harta de decirme
que ya no hay más?
Tú, que conoces con sincera humildad
la versión integral de mí,
que custodias celosa los porqués,
prueba a devolverme aquella absurda ironía,
las ganas locas de marcharse
y sin embargo volver a casa.
Pero ahora te miro ausente
y digo:
«¡Tú no entras! ¡tú dentro de mí ya no entras!
¡ya no me haces daño!»
Y tú ya ni siquiera te rebelas,
no discutes y te resignas.
Ayúdame,
te lo ruego.
Luna, escúchame
si desde ese rincón
elevado
sabes más que yo.
Supera los puentes entre mente y corazón,
el umbral del dolor,
el orgullo y su mar inmenso
para demostrar que pienso en ello,
que sufro por amor intenso,
que juego todavía con el viento,
pero ya no encuentro el niño dentro.
Que me río todavía sin sentido
y navego distraído y atento,
ingenuo pero con cabeza.
¡O todo o nada... O siempre o basta!
y que estoy aquí para encontrarme...
Y te pido ayuda
para encontrarme,
para encontrarme...