En la puerta de la disco,
dos gallitos se pelean,
y un ratero, que es tan listo,
le echa el ojo a una cartera.
Un galán encorbatado,
muy formal y peripuesto,
le solicita un servicio
de esos que no paga impuestos
a una dama con la moral distraída;
y en la acera de enfrente, dos policías
disfrazados de secretas,
o es lo que ellos interpretan,
observando la jauría.
Y la Luna brindando por ellas,
las más bellas, las botellas.
Y la noche pasando de todo,
y los coches picándose, quemando rueda.
Y en el baño, más disparos
que en un spaghetti western.
Y los gatos, más que pardos,
son celestes.
En la esquina de la barra,
puesto hay dos caraduras
que de cada cinco copas
solamente pagan una.
Su amiga la camarera,
que es adicta a la anestesia,
les suele pagar en carne
lo que le dan en especias.
Y un gitano, que se llevan detenido,
grita desesperado: «¡Se han confundido!
Agente, soy inocente;
el que usted está buscando
lleva raya al otro lado.»
Y la Luna brindando por ellas,
las más bellas, las botellas.
Y la noche pasando de todo,
y los coches picándose, quemando rueda.
Y en el baño, más disparos
que en un spaghetti western.
Y los gatos, más que pardos,
son celestes.
Y los tejados llenos de gatos celestes:
unos huyen de sí mimos, y otros huyen de la gente,
porque nadie les comprende.
Dios los cría y ellos se juntan por los callejones
para contarse batallas de vidas y amores,
maquillando sus historias de imaginaciones.
Y la Luna brindando por ellas,
las más bellas, las botellas.
Y la noche pasando de todo,
y los coches picándose, quemando rueda.
Y en el baño, más disparos
que en un spaghetti western.
Y los gatos, más que pardos,
son celestes.