Bien te avisé mi amor,
que no padía salir bien
y era cosa cosa de evitar.
Como yo, debías suponer
que, con gente allí tan cerca,
alguien fuera a darse cuenta.
Pero no: pusiste morritos
y, como en una promesa,
te desnudaste para mí.
¡Pedazo de tía buena!
¿Dónde tenía la cabeza
cuando te dije que sí?
Aunque me hubieras jurado
discreta permanecer,
ya que no estábamos solos,
oyendo en la sala de al lado
tus gemidos de placer,
habrían dado con nosotros.
Ni me enteré qué pasó
pero, más veloz y lista,
sólo te vieron de refilón.
Vergüenza la pasé yo:
delante de la puerta abierta
estaba con los pantalones bajados.