Y cuentan que él se transformó
en árbol y que fue
por su decisión que se detuvo.
Y estaba ahí mirando
la tierra dando a luz flores nuevas.
Así,
fue nido para conejos y colibríes.
El viento le enseñó los sabores de
la savia y la miel silvestre,
y lo bañó la lluvia.
"Mi felicidad", decía para sí mismo,
"está aquí... está aquí, la encontré ahora que,
ahora que estoy bien
y que tengo todo el tiempo para mí.
Ya no necesito de nadie".
Y entonves, ¿cuál es la belleza de la vida?
Y un día pasaron por ahí
dos ojos de niña,
dos ojos que le había robado al cielo
un poco de su barniz,
y sintió temblar sus raíces.
Cuánto desconcierto inesperado en su interior.
El que sólo un hombre sin mujer sabe qué es.
Y alargó sus ramas
para tocarla.
Entendió que la felicidad nunca es la meta
del infinito.
Y ahora estaban juntos la luna y el sol,
la piedra y la nube.
Estaban juntos la risa y el llanto,
o solamente
era un hombre que empezaba a vivir.
(Y ahora era el canto
que llenaba
su gran
e inmensa soledad...)
Era esa parte verdadera
que toda fábula de amor
encierra en su interior
para poderla creer.