Estos clichés pasados de moda
en cantinelas de dos centavos.
¿Hace falta en todos lados añadir rimas
a estos millones de poemas
entre nosotros?
Es un déjà vu.
Lo sé.
Repetido ya mil veces.
De acuerdo.
Ya es suficiente de estas historias
es las que, sin embargo, cada uno de nosotros se ha perdido.
Pero pasa la gente, el tiempo fútil.
¿Qué nos queda?
Lo indeleble.
Ellas,
las primeras y las últimas.
Hermanas, amantes, madres.
Luces fieles.
Ellas
en las noches demasiado sombrías.
Ellas
cuando todo vacila y se derrumba.
Ellas
en el fin del mundo.
Los hombres juegan al miedo
con lo peor, con el poder, a muerte,
al azar, a odiarse o mentirse, al placer.
Los hombres juegan.
Los hombres se miran con desprecio, sueñan
y beben y se autorizan.
Pequeños soldados ridículos.
Se desafían entre sí, después marchan.
Los hombres juegan.
Las armas y las tumbas,
y los campos de horror
en medio de las cenizas
y las penas.
Ellas,
para alimentar y curar,
acariciar, sonreís
y aclarar la sombra.
Ellas
y otros cielos por venir,
para dar luz más que para destruir
y reconstruir todo,
reconstruir todo.
De hecho,
una de ellas es mía,
mi providencia inesperada.
Ella hace que mi vida vaga la pena.
Ella.
Mi ella.