Rodé haciendo la croqueta
por una larga pendiente alegremente,
consciente de que mi meta
era al fin hallar la muerte.
Se abrazaron los helechos a mi pecho
obstáculo ligero a lo inminente.
Por si acaso, a mi paso y con los dientes,
iba arrancando setas,
eligiendo cuidadosa
aquellas más venenosas:
las amanitas faloides,
las amanitas virosas.
Varias veces dio mi frente
contra el duro granito jaspeado
disfrazado con verde sombrerito
de musgo floreado
apariencia inocente
que oculta cuarzo, mica y feldespato
también perdí un zapato.
Luego, de bruces,
fui a dar en el arroyo
"ploc, ploc, ploc",
alegres montañeros federados
entonaban los aires del Tirol:
"iulereiriu...".
Cegáronme las luces
que pone el sol en lomos de bermejas
humildes pececillos de secano;
la campana del pueblo más cercano
convocaba a las viejas.
Todo el arroyo serrano
se introdujo por mi boca de repente;
colgado de una roca,
un barbo me observaba indiferente.
Recibí la visita del milano,
del buitre carroñero
y su hermano menor don alimoche,
rapaces en sus gustos muy exigentes.
Me aliñaron con exceso
tomillo, salvia y cantueso;
luego en mi se hizo la noche.
Un dominguero cantaba una canción
mientras lavaba el coche.
Antares del Escorpión
me hacía guiños rojizos,
la Polar me reclamaba
a la región de los fríos.
Del fuego del corazón
huía la débil llama,
yo no entendía porqué
dormía en el río aquél
sin camisón ni pijama.
El Tigre del Guadarrama
Silencioso y a paso lento, lento
Se acercó hasta mí
Husmeando el viento
Y bebió de la corriente en mi cama
En reposo, suavemente
Y luego se alejó, con sumo tiento,
Blandas zarpas de algodón en rama
Yo no le vi
Pero sentí su aliento.