En algún lugar de Pensilvania, Anne Mirak trabaja como ayudante del sol.
Ella está en el oficio desde que tiene memoria.
Al fin de cada noche, Anne alza sus brazos y empuja al sol, para que irrumpa en el cielo; y al fin de cada día, bajando los brazos, acuesta al sol en el horizonte.
Era muy chiquita cuando empezó esta tarea y jamás ha faltado a su trabajo (porque ella sabe que el sol la necesita).
Hace medio siglo, la declararon loca.
Desde entonces, Anne ha pasado por varios manicomios, ha sido tratada por numerosos psiquiatras y ha engullido muchísimas pastillas.
Nunca consiguieron curarla.
Menos mal.