¡Mi corazón ama a un árbol! Más viejo que el olivo,
más poderoso que el roble, más verde que el naranjo,
en sus hojas persiste la eterna primavera,
y lucha con los vientos que azotan la ribera,
como un guerrero gigante.
No asoma entre sus hojas la flor enamorada;
ni va la fuentecilla sus sombras a besar;
mas Dios ungió de aroma su testa consagrada
y por sostén le dio la agreste serranía
y por fuente, el mar.
Cuando lejos, sobre las olas, la luz divina nace
no canta por sus ramas el pájaro cautivo;
oye el solemne grito del águila marina
o del alto buitre siente el ala gigante
sus hojas remover.
Del limo de esta tierra no sustenta su vida;
retuerce entre las rocas su potente raíz,
tiene lluvia y rocío y viento y luz ardiente,
como un viejo profeta, se nutre y vivifica
del amor celestial.
¡Árbol sublime! Viva imagen del genio
que domina montañas y mira al infinito;
para él la tierra es dura, mas besa su ramaje
el amoroso cielo, y los rayos y el viento
son su gloria y deleite.
¡Oh, sí! Cuando libres rugen los vendavales
y parece abatirse su roca entre la espuma,
él ríe y canta más alto que las olas,
y sacude, invencible, sobre los nubarrones
su real cabellera.
Árbol, mi corazón te envidia sobre la tierra impura,
como reliquia santa llevaré tu recuerdo.
Luchar siempre y vencer, reinar sobre la altura,
vivir y alimentarse de cielo y pura luz...
¡Oh, vida! ¡Oh, noble suerte!
¡Ánimo, alma vehemente! Atraviesa la niebla
y enraiza en la altura como el árbol del roquedal.
Verás caer ante ti la mar del mundo airada
y tu canción tranquila bogará por el viento
como el ave del temporal.