Cuando la estaba queriendo,
cuando la estaba sintiendo,
todita mía, la vi partir.
Me juró que regresaba,
pero todo era mentira
porque ya su alma no era de mí.
En la noche silenciosa,
nos miramos frente a frente,
sin hablar.
Ella me dijo, de pronto,
que olvidara su cariño;
que no me quería engañar...
Fue bajo del crucifijo
de la torra de una iglesia,
cuando la luna nos alumbró.
Yo la estreché entre mis brazos
con ganas de retenerla,
pero el orgullo me lo impidió.
Ya solo frente a la iglesia,
y llorando, ante el Cristo
fui a implorar.
Al contemplar mi tristeza,
el crucifijo de piedra
¡también se puso a llorar!