En algún lecho del golfo de Corinto,
una mujer contempla, a la luz del fuego,
el perfil de su amante dormido.
En la pared, se refleja la sombra.
El amante, que yace a su lado, se irá.
Al amanecer se irá a la guerra,
se irá a la muerte.
Y también la sombra,
su compañera de viaje,
se irá con él y con él morirá.
Es noche todavía.
La mujer recoge un tizón
entre las brasas
y dibuja, en la pared,
el contorno de la sombra.
Esos trazos no se irán.
No la abrazarán, y ella lo sabe.
Pero no se irán.