Noventa días desde que el campo ha visto una gota de lluvia.
Cuarenta y cuatro desde que la hierba empezó a secarse.
El ganado, sediento, da vueltas alrededor del viejo lecho del arroyo,
vendavales, donde las aguas solían agitarse.
Vendavales, óyelos soplar,
vendavales con bajo gemido
noche y día van sin parar,
esos vendavales.
Ni una nube en el cielo, aún así, el sol brilla débilmente
para hacer la escena oscura y parda, es lo suficiente.
Hacia el oeste, una nube de polvo asomándose en lo alto,
muestra el paso de cincuenta colonos dejando el lugar.
Vendavales, óyelos soplar,
vendavales con bajo gemido
noche y día van sin parar,
esos vendavales.
Cuando llega el atardecer, solo en mi cabina,
hay tanta soledad cuando ese viento llega aullando,
y pienso en los colonos yendo hacia el oeste dejando el lugar,
casi deseo haberme ido de aquí con ellos, también.
Vendavales, óyelos soplar,
vendavales con bajo gemido
noche y día van sin parar,
esos vendavales.