Dios, sí que era bella, tan blanca, tan clara, ese domingo de enero.
Dios, sí que era ella la que yo esperaba, cual yo la había soñado tanto.
Apenas y recuerdo a la gente
y al invierno, no la vi más que allea y eso nunca cambió.
Dios, sí que era bella; con una chispa, mi vida se iluminó.
Dios, tuve que ser astuto para por fin acercarme a ella, para domarla un poco.
Verla vivir, moverse, sonreír, nunca me era suficiente.
Dios, sí que era mía en mis noches,
mis sueños; yo me enrojecía cuando la volvía a ver.
Pero sus besos ligeros, amistosos, casi fraternales, Dios, sí que los detestaba.
Dios, sí que era claro en sus ojos, en su apariencia
cuando vi a otro acercársele.
Como un dueño, sus palabras, sus maneras; yo no era suficiente.
Dios, sí que era cruel, tan cruel la vida cuando lo vi ganársela.
Dios, sí que era bella, tan blanca, tan clara en su vestido de novia.