Van cabalgando en altas horas
entre la lluvia y el misterio,
y como el niño está miedoso
lo arrima el padre contra el pecho.
- ¿Qué tienes, hijo, que así tiemblas?
- Al rey de los silfos contemplo
con cetro real y manto undívago.
- Sólo son nieblas por el cielo.
- Vente conmigo, niño hermoso,
a mi palacio azul de ensueño;
Con trajes de oro y pedrería
en los pensiles jugaremos.
- ¿No sientes, padre, cuál me llama
con dulces voces en secreto?
- Deja el temor. Lo que tú escuchas
son hojas secas en el suelo.
- ¿Por qué demoras? De mis hijas
tendrás los mimos y los besos,
y con sus cantos y sus danzas
te arrullarán entre tu lecho.
- Del rey las hijas no contemplas
en la penumbra, a lo lejos?
- No llores más... Son lentos sauces
que se columpian en el viento.
- Si tú no vienes, a la fuerza
te tomaré porque te quiero.
- Me ahoga, padre, entre sus brazos
el rey de los silfos, violento...
Aguija entonces el caballo
y asiendo aún más al pequeñuelo
llega a su hogar... Cuando se apea
halla, oh dolor, que el niño ha muerto...