Ocurrió en Montevideo hace muchos años, exactamente en 1914, y ocurrió en una pieza de alquiler dónde un marido citó a su mujer, de la que estaba separado,
y queriendo tenerla, queriendo quedársela,
la amó y la mató… y se mató.
Publicaron los diarios uruguayos las fotos del cuerpo,
del cuerpo de ella, tumbado junto a la cama…
Delmira Agustini, poeta, abatida por dos tiros de revólver, desnuda, como sus poemas, toda desvestida de rojo…
”Vamos más lejos en la noche, vamos…”, había escrito;
y había cantado a las fiebres del amor sin pacatos disimulos; y había sido condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden,
porque la castidad es un deber femenino
y el deseo es, como la razón, un privilegio masculino.
Y entonces ocurrió, bueno, el sepelio, el entierro…
Y ante el cadáver de Delmira se derramaron lágrimas, creo que lágrimas de cocodrilo, y frases, solemnes frases a propósito de tan sensible pérdida para Las Letras Nacionales que hoy viven un día de luto…
Pero en el fondo, en el fondo los dolientes
suspiraban con alivio:
”la muerta, muerta está y más vale así”.
¿Pero muerta estaba esa muerta?
¿No son sombras de su voz y ecos de su cuerpo
los amantes que en las noches del mundo arden?
¿No le hacen un lugarcito a Delmira Agustini
en las noches del mundo,
para que cante su boca desatada
y dancen sus pies resplandecientes?