Soñé que hacían en la Recoleta
el postrer homenaje a un ilustre poeta.
Que si hubiera podido oír a los oradores
corriendo habría salido de en medio de las flores.
Soñé también que dos ancianas
que olvidadas viven toda la semana
y los domingos muy discretas
salen a dar vueltas por la Recoleta,
al oír a un orador vehemente
a escuchar se acercaron mecánicamente
y que al fin de entre tanta gente concentrada
fueron las dos únicas emocionadas.
Por suerte todo fue un sueño
y los sueños, sueños son.
Soñé con un patio de escuela
lleno de niñitos con escarapela
y con palomas en bandadas
que el aire surcaban con las campanadas.
Pero de esos niños reunidos
pocos al colegio hubieran concurrido
si sus madres exasperadas
no los hubieran llevado a las patadas.
Soñé que de aquellas palomas
ya no encontrarías una ni por broma,
porque fueron exterminadas
por esas criaturas tan traumatizadas.
Por suerte, todo fue un sueño
y los sueños, sueños son.
Soñé con un ministerio
de oscuras oficinas llenas de misterio
con ventanales muy antiguos
y salas de espera de asientos exiguos
donde por largos corredores
pierden sus papeles los procuradores
y aunque no sirvan, a propósito
usan de depósito los ascensores.
Soñé que por las escaleras
bajan con el viento carpetas enteras
y que bostezan fastidiados
pensando en jubilarse viejos empleados.
Por suerte, todo fue un sueño
y los sueños, sueños son.
Soñé que llegaba un profeta
y que su doctrina era tan compleja
que al mundo le permitiría
vivir para siempre en paz y armonía,
pero los pobres dirigentes
solo lo entendieron superficialmente
como eran tan brutos e ineptos
por superstición se hicieron sus adeptos
mas transformaron su teoría
en simple receta de repostería
que luego a ciegas aplicaron
y así dulcemente a todos cocinaron.
Por suerte, todo fue un sueño
y los sueños, sueños son.
Pero a veces la vida supera
los sueños son cruel imaginación.