Cuando cayó Julio Mella
la mano en el corazón,
dijo: “Mi muerte es muy bella,
es por la Revolución”.
Era un valiente estudiante
que luchó desde temprano,
por mirar libre y triunfante
a todo el pueblo cubano.
La noche del 10 de enero,
calle de Abraham González,
¡malditos los criminales
que matan por el dinero!
Era Mella un luchador
de los que forjan un mundo,
un mundo claro y fecundo
por la verdad y el amor.
Buscaba en México ambiente,
para escapar de la fiera
hermana de Juan Vicente
y del Estrada Cabrera.
Y en Cuba, al viejo Machado,
que es de los yanquis sirviente,
le daba diente con diente,
de puro miedo al malvado.
Le daba miedo de Mella
que era un hombre en el destierro,
“Yo he de apagar esa estrella”,
juró ese cínico perro.
Y mandó sus pistoleros
junto con su embajador,
a matar, por tres dineros,
al valiente luchador.
Le tiraron por la espalda
esos cobardes sicarios,
y no fue cuestión de faldas
como dijeron los diarios.
Es que los capitalistas,
donde quiera son hermanos;
matan a los redentores,
después se lavan las manos.
“Magriñat y la embajada,
saben de esto y del Demonio...”
Dijo con la voz turbada
muriéndose Julio Antonio.
Y el Demonio era Machado,
que se está riendo en La Habana,
feroz bulldog azuzado
contra la raza cubana.
Cuando murió Julio Mella
la mano en el corazón,
dijo: “Mi muerte es muy bella;
es por la Revolución”.